La salamandra
y la lagartija

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Una tarde de domingo, una salamandra descansaba en su escondite. Tan tranquila estaba que no se dio cuenta de que alguien se acercaba lentamente.

De repente, vio que junto a ella había otro animal. ¡Menudo respingo dio la salamandra!

Leandra, que así se llamaba, era muy joven y nunca había visto un animal como aquel. Por eso, no podía evitar mirarlo con cara de sorpresa.

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–¡Qué piel más dura! –se dijo, extrañada–. Con esas escamas, debe ser un pez; aunque nunca he visto un pez con patas… Se parece un poco a mí. ¿Será de mi familia?

Al cabo de un rato, Leandra no pudo aguantar más la curiosidad y le preguntó:

–¡Hola! ¿Quién eres? ¿Estás perdida?

–¡Hola! Soy Anita la lagartija, y vivo cerca de aquí, en la pradera. ¿Y tú, quién eres?

–Yo soy Leandra, la salamandra, y vivo aquí, cerquita del río. Dime una cosa, ¿por qué tienes esas escamas? ¿Acaso eres un pez con patas?

–¡No soy un pez! –respondió, enfadada, la lagartija–. Soy un reptil, y, en mi familia, todos tenemos escamas, incluso más duras que las de los peces. ¿Y a ti, qué te ha pasado, que no tienes pelo ni plumas ni escamas? ¡Eso sí que es raro!

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–Es que soy un anfibio –replicó la salamandra– en mi familia nadie tiene escamas.

–¡Vaya, eso sí que es curioso! ¿Y cómo haces para que tu piel desnuda no se seque? –preguntó la lagartija.

–Vivo en la ribera del río, y casi siempre estoy en el agua para mantener mi piel húmeda –le explicó la salamandra–. Algunos de mis primos viven en charcas o en lagos, porque todos necesitamos estar cerca del agua ¡que nos refresca!

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Entonces, dijo la lagartija:

–A mí me encanta tomar el sol encima de alguna piedra calentita; y la hierba y las rocas me sirven de escondite. Otros de mi familia, como el camaleón, viven en las ramas de los árboles. ¿Has visto alguno? Aunque es un poco difícil verlos, porque sus escamas cambian de color para camuflarse.

–¿Cambian de color? ¡Imposible! Ya solo falta que me digas que algún primo tuyo anda sin patas, ¡ja, ja, ja! –rió la salamandra.

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–Pues… andar no, pero mi prima la serpiente no tiene patas y repta por el suelo protegida por sus suaves escamas. ¡Es muy muy silenciosa!

–¡Guau! Qué familia tan rara tienes, Anita.

–Bueno, Leandra, tengo que ir a vigilar mis huevos.

–Muy bien, espero que tus crías nazcan sanas. Yo puse huevos hace unos meses, y mis crías ya están bien creciditas. ¡Mucha suerte, Anita lagartija!

–Adiós, salamandra Leandra. ¡Cuídate!

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