Los patos
y la tortuga

ESOPO

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En una preciosa laguna, vivían dos patos y una tortuga. Los tres animalitos se llevaban muy bien y pasaban agradables ratos juntos.

Un caluroso verano, tras varios meses de sequía, la laguna empezó a secarse. Los patos, preocupados por lo que estaba pasando, decidieron trasladarse a un lejano lago en el que abundaba el agua.

Cuando las dos aves le contaron el plan a su vecina, la pobre tortuga, sin poder disimular su disgusto, exclamó:

–¡Ay, qué va a ser de mí! ¡Ojalá yo pudiese hacer lo mismo!

Y, lentamente, caminó hasta el centro de la laguna, donde todavía quedaba un charquito en el que refrescarse.

A los patos se les encogió el corazón al oír aquellas palabras. La tortuga no tenía alas para volar. No podía acompañarlos. ¿O sí? Porque, de pronto, se les ocurrió una idea genial que fueron a contarle, inmediatamente, a su querida amiga.

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–¿Ves este palo? –le dijo uno de los patos–. Cada uno de nosotros agarrará con su pico uno de los extremos, y tú morderás el centro con todas tus fuerzas.

–¡Oh! –exclamó la tortuga, asombrada– ¿Quieren decir que me llevarán volando con ustedes?

–¡Así es! Pero ten en cuenta que no podrás abrir la boca durante todo el viaje.

–¡Eso no será ningún problema!

Y, sin perder un instante, los tres vecinos iniciaron su aventura.

Desde el aire, la tortuga contemplaba el bello paisaje. Árboles, campos y montañas quedaban allá abajo, muy lejos.

Y hasta las torres de los castillos o los campanarios parecían de juguete a aquella altura. ¡Era una visión extraordinaria!

La larga travesía transcurrió de maravilla. Por fin, divisaron el inmenso lago que sería su nuevo hogar. En su orilla, se encontraban varios pescadores. Uno de ellos levantó la vista, se fijó en los animales que iban por el aire y dijo a sus compañeros:

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–¡Miren arriba! ¡Son dos patos! Pero… ¿qué llevan sujeto a ese palo?

Entonces, la tortuga, deseando que todo el mundo se enterase de que era ella quien volaba con las aves, gritó:

–Soy unaaa…

Pero, al abrir la boca, se soltó del palo, empezó a bajar toda la velocidad y… ¡menos mal que cayó en medio del lago sin sufrir ningún daño!

Poco después, la tortuga alcanzó la orilla, donde sus queridos vecinos la recibieron con los brazos abiertos.

–Amigos –dijo la tortuga– olvidar su consejo me ha podido costar caro… Afortunadamente, todo se ha quedado en un buen susto.

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